lunes, 21 de mayo de 2012

Contra viento y marea

        Todo empezó un viernes trece del mes de abril. Tras unas consultas del estado del tiempo a través de diferentes páginas de Internet, decido llamar a mi primo José Manuel para posponer la salida de pesca que teníamos preparada para el día siguiente junto con su padre y nuestro primo Alberto. Eran sobre las tres de la tarde cuando descuelgo el teléfono y llamo a su casa. – “José, lo dejamos para otro día, mañana hay lluvia”- , -“Vámonos ahora y aprovechamos lo que queda de tarde”- me dice. Tampoco hizo falta que me convenciera mucho, diez minutos después de colgar el teléfono ya estábamos en el coche con todos los bártulos listos y el choco sucio aún descongelándose, la pena es que ni Alberto ni Nene nos pudieron acompañar por temas de trabajo.


        A las cinco de la tarde ya estábamos en la playa, hacía viento, y la movida mar estaba teñida de color chocolate. –“Está la cosa pa’ róbalos”,- dije, pero no, estaba para algas, nubes de algas, estaban por todos lados, y así no se puede pescar. Decidimos recoger e irnos a otro sitio, pero ¿dónde?, estábamos en Matalascañas, en la bajada del camping El Rocío, y había que buscar un sitio donde las corrientes no pudieran haber arrastrado algas. Rápidos pensamos en Mazagón y en la playa del muelle del vigía, ésta es una playa de aguas calmas, protegidas por el espigón de Huelva. Al llegar allí parecía que habíamos cambiado el infierno por el cielo. No hacía viento, el agua con cierta tranquilidad y lo más importante de todo, ni rastro de las odiosas algas. Parece mentira que a solo veinte kilómetros de allí la pesca fuera impracticable, pero así era.
         Con gran ilusión lanzamos las cañas; pero pronto todo empezó a torcerse, el viento comenzó a soplar con fuerza y al revisar las cañas para ver el cebo, ambos topamos con piedras y quedamos enganchados con ellas, lo peor de todo es que no eran piedras sueltas, sino líneas sucesivas de piedras que se extendían a partir de los treinta metros de distancia, y eran imposible de sortear, ya que con el viento soplando a esa velocidad costaba llegar a algo más de ciento y pocos metros, y allí también había piedras. Así que una vez más decidimos cambiar de puesto. Nos cambiamos a un lugar donde las piedras estaban algo más alejadas y nos daban algo más de margen. Y allí fue donde tras vencer a tantas trabas y con la puesta de sol amenazando en el horizonte, José Manuel capturó una baila de pequeño tamaño, que picó con voracidad a una tira de choco presentada en forma de jig.
        Por esta vez regresamos con la satisfacción de haber vencido de algún modo; pero aunque muchas veces hayamos vuelto a casa sin tocar escama, siempre volveremos a pescar con la misma ilusión de siempre, ya sea con frío o calor, con viento o sin él, pero siempre en compañía de los mejores compañeros de pesca posible. Ya huele a filetitos José, ya huele!!!

1 comentario:

  1. Narrado de esta forma es un triunfo la captura de la baila!!! jejejeje.

    La verdad es que cuando el día no es apropiado tiene mucho mérito pescar y son las piezas que de verdad te importan.

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